domingo, 14 de febrero de 2010

JUAN PEDRO ARROYOS (Cuento breve)





El pórtico de la antigua biblioteca, ya sin luz, penumbrosa. Las paredes húmedas matizadas por un ejercito de hongos que se cobijan, un tanto reacios a la realidad que los rodea y compañeros taciturno a la vez, de quien busco resguardo y sin siquiera saber hizo de lecho aquel viejo edificio.
La noche acongojada soplaba sin cesar suspiros nostalgiosos, llevando consigo una imperceptible garúa que a fin de cuentas mojaba. El cielo, que hace días era gris, aun no había lavado su cara.
Una bolsa de arpillera rellena de cartones y trapos viejos cumplía la función de almohada, el brazo derecho detrás de la nuca reforzaba el respaldo, dándole una ligera comodidad que quizás ignoraba, el brazo izquierdo descansaba junto a su pecho en posición antálgica. La fiebre incesante lo mantenía obnubilado, no sabia si habían pasado horas, días o semanas, todo fluctuaba entre sueños producto del desmayo y vigilias que asimilaban torturas desmesuradas. Yacía postrado y olvidado, quien hace tiempo había sido tan reconocido, ahora era uno mas, quizás insignificante para la historia, quizás aun mas para el mundo; pero existía, el antiguo refugio de libros era testigo y cientos de sus huéspedes en su mismo estado, percibían el latente instante por el ventiluz del sótano, como una misteriosa herida que rasgaba sus hojas, y prefiguraba el futuro que a escasos minutos habría de ser pasado.
La noche anterior, los abusos del alcohol, su único amigo, el mismo que apaciguaba sus desdichas y borraba una a una sus penas, lo había traicionado. Inconciente de acciones intento mediar un altercado, donde dos individuos deseosos de sangre se abatían.
Su pasado eclesiástico quizás, regurgitando en lo más profundo de si, lo habría impulsado hacia la contienda.
- Señores por favor no arruinen sus vidas… - alcanzo a decir, mientras intentaba separar los púgiles, pero el mas corpulento de los dos impacto con su navaja en lo profundo de su pecho, dándole fin al discurso que acababa de comenzar; se tambaleo por un instante apretujándose con sus manos y cayo…
Agonizando Juan Pedro Arroyos, junto a una de las columnas de la puerta principal, que esbatimenta su rostro, como ocultando quien es, como escondiendo quien fue. Mientras a escasos pasos la vida trascurre como si nada pasara. La gente apresurada con sus paraguas, uno que otro que pensativo por la vereda de enfrente camina y el sin fin de autos que sin aminorar su marcha salpican con agua de los charcos a cuanto peatón distraído circule.
Sintió que sus ojos jamás volverían a abrirse, recordó que alguna vez había prefigurado su muerte, pero el destino le estaba errando. Metió su mano en el bolsillo, del cual la saco muy apretujada, la llevó hacia su corazón; y un último suspiro profundo calmo el dolor y borro su vida.

Nadie sabrá quien es, y mas de uno, pensara que esta dormido.